España, crónica de un desastre anunciado
JAIME DESPREE

España, crónica de un desastre anunciado La crisis actual española es el resultado del modelo económico que adoptamos durante los últimos años del franquismo y los primeros de la Transición, cuando Benidorm y Torremolinos eran dos pequeños pueblos de pescadores. En aquellos años España era un país pobre, pero con una enorme personalidad cultural que ejercía una poderosa atracción en Europa, lo que nos hacía potencialmente ricos ¡si hubiéramos sabido explotar inteligentemente esa personalidad! España tenía carácter y temperamento propio, con una extraordinaria variedad cultural, pero lo hemos malogrado por nuestras disputas regionales. Tenía una flora y fauna únicas en Europa, pero hemos destruido el hábitat de sus santuarios naturales con monocultivos industriales subvencionados. Tenía una modesta industria agropecuaria, pero con productos prácticamente naturales y genuinos de extraordinaria calidad, pero hemos pasado del tomate de huerta al insípido tomate de invernadero para la exportación. Tenía una gastronomía popular imaginativa y sabrosa, pero hemos cambiado la escudella o el cocido por la hamburguesa y el pollo frito con patatas chips. Tenía un patrimonio histórico artístico delirante, pero lo han esquilmado los anticuarios del resto de Europa. Tenía decenas de ciudades con encanto especial, algunas con sus antiguos trazados medievales, pero están sumidas en un caos circulatorio o las hemos estrangulado con antiestéticas colmenas habitables. Por último, y tal vez lo más grave, tenía cientos de kilómetros de playas prácticamente vírgenes con un clima ideal, pero las hemos llenado de monstruosas edificaciones con hoteles que no merecen ni tres estrellas, convirtiéndolas en ruidosos y degradados espacios urbanos, poco adecuadas para el descanso estival. En estas dos décadas “milagrosas” de los años 60 y 70 un grupo de multinacionales, sobornando a políticos, funcionarios, empresarios, grandes y pequeños propietarios de terrenos, planificaron nuestro futuro a solo 50 años visto, sin tener en consideración nuestra personalidad nacional, sino tan solo sus intereses particulares, y con nuestro consentimiento hicieron en nuestro país lo que no se hubieran atrevido a hacer en el suyo propio. ¡Y este es el resultado! ¿Qué nos queda de aquel potencial de riqueza nacional? ¡Prácticamente nada! Entonces ¿en dónde invertir para salir del atolladero? Después del inevitable colapso de la especulación inmobiliaria, a España le quedan ya pocos recursos propios en los que invertir con rentabilidad, y que no se vean afectados por la competencia de la globalización. Los jóvenes hacen bien de indignarse, porque ellos no son culpables de los errores, más bien “horrores”, cometidos por nuestra generación. Pero sería más constructivo asumir la realidad, hacerse cargo de que somos más pobres de lo que creíamos y proponerse la ingente tarea de “reinventar España”, como lo hizo con la Generación del 98, o de otro modo no tendrán otra opción que emigrar. Pero mucho me temo que en Europa no haya sitio para todos, pues también en la emigración hay una dura competencia por causa de la globalización causas profundas de la crisis en España No es posible comentar un hecho reciente sin caer en alguna forma de demagogia. La razón es simple: los hechos son del presente y son fáciles de constatar, en tanto que las causas están en el pasado, y son más difíciles de desentrañar. Aunque parezca una exageración, mi opinión es que las razones profundas de nuestra crisis actual se remontan al siglo XV, por la nefasta política de los Reyes Católicos y sus sucesores. Desde entonces España no ha sido capaz de situarse al nivel de las naciones del centro y norte de Europa. Allí donde la tolerancia religiosa permitió la convivencia e interacción pacífica de judíos, católicos y protestantes, predominaba el interés económico sobre el político y religioso, lo que suponía prosperidad y desarrollo en todos los sentidos, pese a que se dieran notables desigualdades sociales y otros graves desequilibrios. Pero al menos se asentaban las bases de lo que había de ser la futura revolución industrial y sus consecuencias. Carlos V, a pesar de provenir de una nación tolerante, debido a su ambición imperial y el elevado coste para financiarlo, provocó la ruina de las pujantes ciudades castellanas, ahogando en Villalar sus intentos de desarrollarse acorde con los nuevos aires de progreso que soplaban en toda Europa. A partir de la derrota de los Comuneros los españoles perdimos toda conexión con las grandes transformaciones centro europeas, y desde entonces hemos fundamentado nuestro desarrollo en el tráfico de influencias y recomendaciones, propio de cortesanos, y no en la industria, el comercio o las finanzas, como sucedía en la Europa tolerante. España se volvió rural y católica fanática, y las ciudades se convirtieron en decadentes cortes provinciales, más para la exhibición de hidalgos y baja nobleza que para la producción industrial o el comercio. Toda nuestra empobrecida nación se centraba en la suntuosa corte de Madrid, donde se fomentó la histórica política del amiguismo y la recomendación, que todavía no ha sido completamente erradicada. Con la entrada de España en la Unión Europea, se nos ofreció una oportunidad histórica de recuperar el tiempo perdido, y muchos españoles emprendedores aceptaron el reto creando nuevas empresas o renovando las viejas. Pero los hábitos adquiridos en cinco siglos no se cambian ni en una ni en dos generaciones, y otra parte de españoles se limitaron a ser los testaferros de los agresivos empresarios e inversores europeos. Como resultado de esta nefasta conducta, los españoles destruimos alegremente los mejores recursos potenciales de nuestro país, como un turismo ecológico y cultural de calidad, destruyendo el litoral con monstruosas urbanizaciones, y despreciando el rico patrimonio histórico-artístico nacional con acciones urbanas descabelladas, además de renunciar a una agricultura sostenible basada en productos locales de probada calidad, por una agricultura subvencionada e insostenible, y de dudosa calidad. En plena globalización, a España le quedan ya pocos recursos genuinos en los que se pueda invertir con rentabilidad. Para colmo los socialistas, movidos por su convicción ideológica, pero también por razones electoralistas, se apresuraron a crear un más que generoso estado social, sin esperar a que la economía nacional estuviera consolidada para poderlo costear. ¿A quién debemos culpar de la crisis si no es a nosotros mismos y a nuestros errores históricos? Cada pueblo tiene el gobierno que merece, y padece de las crisis que merece. Naturalmente que los demagogos y populistas no pueden aceptar este hecho, y les resulta menos complicado y políticamente más rentable culpar a los demás de nuestros males. Con esta actitud no solo no saldremos de esta crisis, sino que todavía la haremos más profunda e irresoluble. Pero ¿cuál puede ser la solución? Desde luego permanecer en la Unión Europea y aceptar el difícil reto de volver a ser competitivos, aunque sea a costa de empobrecernos temporalmente. Pero sobre todo desterrando de una vez por todas nuestra histórica mentalidad de cortesanos y adictos a los empleos del estado, para cambiarla por la de emprendedores y empresarios privados, aprovechando la coyuntura del cambio de estructuras de la economía post-industrial a la nueva era digital. También crisis cultural España está sumida en una de las crisis culturales más profundas de su historia. En los últimos veinte años se ha disipado completamente su personalidad para convertirse en un sumidero de ideas erráticas y confusas importadas, y las redes sociales han hecho que esta confusión y banalidad se haya convertido en un fenómeno cultural, está de moda ser banal. Las universidades son expendedoras de títulos para adjuntar a los currículos. Los Institutos de enseñanza media están "movilizados" y hasta los parvularios han perdido su función educativa de enseñar los valores fundamentales de la cultura social. Jamás hemos hablado y escrito con un vocabulario más soez. Voces como "linda, preciosa o ternura" sólo se escuchan en algún país de América latina, nosotros preferimos "cojonudo, de puta madre o tiene dos polvos y medio" , como se puede escuchar o leer en las horribles novelas que llenan las librerías. La filosofía es una rareza cultural con una rápida tendencia a desaparecer, porque no tiene ninguna utilidad en una cultura social basada en las imágenes, para lo que no es necesario pensar, sino imaginar y creer ciegamente en lo que imaginamos. Naturalmente que cada regla tiene su excepción, pero ningún prominente ha tenido el suficiente valor para denunciar esta lamentable situación y exigir una necesaria renovación . Berlín, 25/7/2023