¿Quo vadis Europa?
JAIME DESPREE

1. Qué une y qué separa a los europeos? A los europeos nos separa la diversidad cultural, las costumbres locales, las lenguas y los dialectos; el apego natural a las tradiciones locales, los gustos gastronómicos y estéticos, e incluso, la fe religiosa con todos sus matices locales y regionales. Por esta causa (pero no ha sido la única) los europeos, entiéndase el pueblo llano e ingenuo, nos hemos enfrentado violentamente unos contra otros durante un periodo biempo, destruyendo vidas y medios de subsistencia, hasta que comprobamos que estos conflictos magnificados por nuestros avances tecnológicos espectaculares podían arrasar el continente entero. Entonces aprendimos la dura lección y nos esforzamos en abrir nuestras mentes a una nueva idea: la idea de una identidad común europea. Por otro lado, nos une el territorio y la vecindad. En cada zona fronteriza de los pueblos de Europa se produce un mestizaje cultural y lingüístico que prueba lo inevitable de esta influencia. Gracias a estas zonas de mestizaje unos pueblos hábiles para la producción de cerámica podían intercambiar sus artículos por otros forjados, de sus pueblos vecinos que contaban con recursos minerales. Poco a poco este comercio fronterizo de bienes diversos se fue extendiendo al interior de los pueblos, y con ellos llegaron también sus comerciantes y artesanos con sus familias, que traían con ellos sus valores culturales locales, sus gustos estéticos y culinarios y sus cultos religiosos, extendiendo el mestizaje y la diversidad por Europa. A través del comercio entre los pueblos los europeos aprendimos que gracias a la tolerancia aumentaba nuestro bienestar y nuestra riqueza.

2. De los pueblos de Europa a la nación europea Pero el autoritarismo y la intolerancia de la aristocracia y la iglesia feudal europea se oponían violentamente a la influencia del mestizaje y sus beneficios, por eso Erasmo de Rótterdam, hijo bastardo de un sacerdote y de una sirvienta, nos enseñó cómo debía ser la convivencia humana, racional y tolerante entre los europeos. Sus ideas provocaron revolución burguesa, trajeron el liberalismo económico y, finalmente, la democracia representativa. Pero la burguesía no interpretó correctamente a Erasmo ni a los filósofos que le sucedieron, y guiados exclusivamente por el egoísmo económico se limitaron a agregar varios pueblos diversos y confinarlos en un territorio con limites fronterizos estrictamente vigilados, a los que llamó “Estado nacional”. Los pueblos confinados en las nuevas naciones-estado tuvieron que asumir una nueva identidad, con una lengua y valores comunes, que en la mayoría de los casos anulaba violentamente su identidad local y nacional anterior. Para los europeos este fue un gran paso adelante pero también uno hacia atrás. Por un lado significaba la unificación de muchos pueblos diversos y la abolición de fronteras y privilegios para el intercambio de bienes entre ellos, lo que era positivo; pero por otro, no solo destruía las culturas locales minoritarias a favor de los valores culturales dominantes, y rechazaba el mestizaje cultual y étnico, sino que creaba las condiciones para que esa misma falta de tolerancia, visión humanista y egoísmo económico de los estados-nación provocara innumerables guerras europeas, hasta culminar en dos devastadoras guerras de escala ya mundial. Tras la última guerra mundial los europeos hemos vuelto a retomar las lecciones de Erasmo y hemos aprendido el significado del humanismo en “casi” toda su amplitud, y que las fronteras europeas no están sobre el terreno sino en nuestras mentes. Estamos aprendiendo a marchas forzadas, y no sin dificultad y sobresaltos, a compaginar nuestra identidad local con la nacional y la nueva supranacional europea. Al menos esta ha sido la labor de las instituciones políticas, sociales y culturales de la Unión Europea, cuyo éxito o fracaso estamos a punto de comprobar.

3. ¡Que no se repitan los mismos errores! Por nuestra vecindad los europeos estamos condenados a entendernos, y ahora estamos ante el dilema de dar otro gran paso adelante y otro algo menor hacia atrás. Ahora no se trata de unir varios pueblos en una nación-estado, sino varias naciones-estado en un “pueblo europeo”, y, como sucedió con anterioridad, tendremos que pagar un precio, haciéndole un hueco en nuestra mentalidad local y nacional, la nueva idea supranacional europea. Pero no solo eso, sino que dada la rápida globalización en todos los sentidos, cada vez es más evidente que ya todos los pueblos de planeta somos vecinos, pues vivimos en una “aldea global”, y a la idea supranacional europea ahora, además, tendremos que añadir la incipiente y nueva idea de una supranacionalidad universal, cuyas directrices llevamos ya años intentado enunciar a través de la organización de las “Naciones Unidas”. Creer que a estas alturas es posible volver al pasado es una actitud mental y moral que se justifica por la nostalgia y la añoranza, pero no es realista ni siquiera posible, pues ello significaría renunciar no solo a los inconvenientes del presente sino también a sus indiscutibles ventajas y sus grandes logros. a Tierra gira siempre en una misma dirección y el tiempo consume siempre el pasado para generar el futuro. Pretender cambiar esta realidad es ir en contra de las mismas leyes de la naturaleza, de la que, por fortuna, los seres humanos seguimos siendo parte activa, pero también emotiva.