Respuesta al Dr. Manel Sans
JAIME DESPREE
Sobre el vídeo: «¿Hay vida después de la muerte?» He escuchado con sumo interés su magnífica disertación sobre los sucesos que acontecen después de la muerte física, en el marco de una vasta erudición sobre la situación actual de la ciencia, la medicina y, en particular, de la física cuántica, además de otros avances en todo lo relacionados con el ser humano y la naturaleza. Estoy prácticamente de acuerdo con todos sus juicios y opiniones. No obstante, desde el contexto de la filosofía, creo que hay algunas ausencias argumentales para clarificar su tesis. Mi versión La muerte es el trance más doloroso que sufrimos los seres humanos. Pero, por lo general termina por ser aceptada, incluso deseada, para poner fin a una vejez que carece de alicientes propios de la vida. La muerte podría ser un acontecimiento festivo y festejada como el nacimiento, si tuviéramos la certeza de que puede ser una «mejor vida» que la actual. Si supiéramos cuáles son las condiciones o cualidades para acceder a una «muerte feliz», nos esforzaríamos en reunirlas antes de morir. Creo que esta es la motivación de todos los que, con una disciplina u otra, intentamos esclarecer los misterios que encierra la muerte . Hasta ahora, y que yo sepa, los conocimientos que hemos acumulado sobre la «vida» después de la muerte, son testimonios de personas que han estado clínicamente muertas durante un breve espacio de tiempo y no han podido tener una visión de conjunto, y que han sido recogidos y publicados por los sanitarios que los acompañan en su fallecimiento. Tal vez sea por causa de las implicaciones emotivas y su falta de elementos fiables para abordar este delicado tema, que la filosofía lo elude, por lo que deja la muerte y su posible trascendencia, relegada a la ciencia médica y sus testimonios y a la teología y sus dogmas. En este artículo intento abordar el tema de la muerte desde la perspectiva de la filosofía. ¿Qué es la vida y qué es la muerte? En una dimensión natural como la nuestra, donde todo es dual, la vida debe contar también con un antagonismo, que sin duda es la muerte. Pero cuando hablamos de antagonismos, nos referimos a una copia exacta, pero en negativo. No podemos alterar la copia porque nos parezca más conveniente. Así, en una primera aproximación y sin entrar en detalles, podemos definir la muerte como el revés de la vida. Por lo qué si conocemos la vida también podemos conocer la muerte. Ampliando más esta definición, podemos decir que la vida es un estado natural que nace, crece, se reproduce y muere, dejando tras de sí una historia. De donde deducimos que la muerte debe ser un estado sobre natural que no nace ni crece ni se reproduce y, finalmente, vive, sin dejar historia. Si está reflexión es razonable, y según Hegel todo lo razonable debe ser verdadero y todo lo verdadero debe ser razonable, tenemos un sorprendente resultado que ratifica la transmigración, reencarnación, resurrección o renacimiento, como lo quieran llamar. Átomos y células Todo lo natural es sorprendente y el ser humano no es una excepción, porque estamos constituidos de dos componentes extraños entre sí: los átomos y sus partículas, que no podemos decir que están vivos, sino simplemente activos, y células que si están vivas. Por lo tanto con la muerte solo mueren las células, las bacterias, los tejidos, los órganos y finalmente, el cuerpo. Pero ¿Qué pasa con los átomos? Como son energía no se destruyen, se transforman en otras substancias. Hasta ahora todo lo expuesto está probado por la biología, pero nos queda por ubicar fenómenos que no han sido directamente examinados en un laboratorio, como son los pensamientos, la imaginación, la conciencia y los sueños, porque aparentemente no tienen nada que analizar, lo que es una incongruencia, puesto que en nuestra dimensión natural no existe ningún espacio de vacío absoluto, siempre hay alguna radiación de muy alta frecuencia o partículas cuánticas tan pequeñas que no podemos detectarlas con los actuales aceleradores de partículas. ¿La respuesta son los sueños? Parece que estamos ya sobre la pista de una respuesta razonable a la pregunta sobre la muerte, porque tenemos que los átomos transitan de la vida a la muerte sin destruirse y con ellos viajan a la nueva dimensión los pensamientos, la imaginación, la conciencia y los sueños. Pero pensar, imaginar y concebir son acciones voluntarias que requieren la actividad de un cerebro vivo, por lo que ya tenemos otras condiciones del revés de la vida: no-pensamiento, no-imaginación y no-consciencia . Esta negación no es aplicable a los sueños, porque solo surgen cuando nuestra actividad vital entra en un profundo sueño, un estado estado próximo a la muerte, lo que nos sugiere que la muerte no afecta a los sueños, sino todo lo contrario, una vez libres de la vida, nada bloquea los sueños, que estarán permanentemente activos, como una ventana desde donde vemos escenas de lo que sucede en la muerte. Lo que coincide, una vez más, con el revés de la vida, puesto que si la vida tiende a un orden racional, la muerte debe tender a un desorden irracional, ¡como son los sueños! La otra «vida» El lenguaje no está capacitado para expresar todo lo relativo a la muerte. La vida es expansión, en tanto que morir es un suceso sin expansión; estar viviendo no es análogo a estar muriendo, y no existen expresiones como «muertalidad», por vitalidad o «muertencia» por vivencia. De manera que la muerte no es una expansión, sino una «contracción», por lo que si en la expansión de la vida envejecemos, en la contracción de la muerte nos rejuvenecemos, en una cuenta atrás desde la edad de nuestro fallecimiento hasta llegar a la, edad cero años, cuando se supone que nos reencarnamos, o más concretamente, «renacemos». Si no tenemos ninguna prueba física de este renacer es porque la relación entre la vida y la muerte están creadas de modo que el único medio de probar que hemos renacido es la intuición. Si estas reflexiones son razonables, en el instante de morir, o tan pronto perdamos la conciencia, entraremos en «otra vida de ensueño», caótica e irracional, donde él Sol puede salir por el oeste, los elefantes vuelan y asistimos en el Circo romano a una lucha de gladiadores. Se trata de ondas cuánticas sin control. Obviamente la función de la muerte debe ser regenerar lo que está degenerado por el efecto del transcurso del tiempo. ¿Sueños felices o pesadillas? Este es el apartado moral de esta breve reflexión (o relato fantástico, como lo deseen llamar). Al expirar cerramos irreversiblemente todo contacto con la vida natural, pero queda el subconsciente y abierta la ventana de los sueños, a través de la que los muertos pueden contactarnos enviando imágenes, dentro del caos propio de la muerte, por medio de las vibraciones cuánticas que transitan entre la vida y la muerte. Pero los sueños necesitan un contenido, el que aportaban en vida la imaginación y la conciencia activa, que permanecen sin conexión con la vida, de manera que solo podremos encontrar contenidos en aquello que contenga nuestro subconsciente, al que pueden añadirse otros (lo que explicaría por qué vemos personas y escenarios de los que no tenemos constancia de haber visto), y, naturalmente, los procedentes de nuestros seres queridos ya fallecidos. En definitiva, la emotividad de nuestros sueños dependerá de estos contenidos. Así, el tiempo que dure el proceso de nuestra regeneración, estaremos gozando de sueños caóticos pero felices o sufriendo constantes de pesadillas caóticas y aterradoras, lo que concuerda con el dogma teológico del cielo y del infierno. Todo dependerá del estado moral de nuestro subconsciente. La otra consecuencia del estado de nuestro tránsito por la muerte es que cuando llegue el inevitable momento de nuestro renacimiento, reencarnación o resurrección, como lo quieran llamar, tener la mala suerte de unir una «muerte feliz» con el embrión de una familia desdichada o empobrecida, o todo lo contrario, una muerte perversa en una familia bondadosa y virtuosa. ¿Una buena vida o una buena muerte? Este es otro de los grandes dilemas que se plantean tras esta reflexión, porque nos sitúa ante la disyuntiva de elegir cuál de las dos «vidas» es más deseable. En la naturaleza hay un componente de violencia física inevitable, no solo en la vida inconsciente, sino también en la consciente, ejecutada directamente o almacenada en armas de destrucción masiva. Las posibilidades de una vida en paz y feliz son muy limitadas en este mundo. En la muerte no puede haber violencia, porque no hay naturaleza, solo hay energía y los efectos «físicos» que puedan hacernos sentir esa misma energía. A simple vista parece que la «otra vida» es más gratificante que esta, siempre que entremos en la muerte con la conciencia si remordimientos. Parece que vivir es una oportunidad de ganar el estado de gracia para hacernos merecedores de «pasar a mejor vida» Ayudar a morir: Sí ¿pero cómo? La ayuda más efectiva seria devolverles la ilusión y la esperanza perdida ante la posible felicidad que les espera después de la muerte. Pero ese optimista panorama no puede ser creíble con promesas de felicidad basadas en escenarios imaginados dos siglos atrás. Los que fallecen en estos años pertenecen a una generación de seglares que no pueden creer en escenarios que no estén respaldados por la ciencia o la razón, de otro modo podemos empeorar su situación sumiéndolos en más confusión y temor ante la muerte. La religión ante la muerte Como he tratado de exponer, la clave para una posible «muerte feliz» dependerá del estado del subconsciente, y por desgracia los seres humanos guardamos algún oscuro suceso en el subconsciente, por tanto la acción de la religión es hacer aflorar esos sucesos para admitir la posible causa reparando de alguna manera el daño cometido. Para este fin las iglesias no pueden ser una comunidad de un «pastor y sus orejas», sino un activo moderador y su comunidad cristiana, donde en un estado emotivo entre la comunidad y el moderador cercano al amor, aflorasen para su valoración, arrepentimiento y perdón. Epílogo Para completar con más claridad los argumentos de este artículo, me he basado en parte en un método, desarrollado por mí mismo hace ya catorce años. En todo este tiempo me ha demostrado su utilidad en cualquiera que sea el enunciado filosófico. Cuando mencionamos la conciencia nos referimos a un atributo del ser humano, pero no vemos que vinculación tiene con otras cualidades o características humanas, sin embargo está directamente relacionado, porque percibimos y conocemos las sustancias con los sentidos (nada puede ser conocido sin una sensación.) Pero las sustancias están contenidas en un envoltorio que nos muestra una imagen, que percibimos por las emociones (nada puede valorarse sin las emociones), por último la imágenes y las sustancias están contenidas en su forma, que percibimos y entendemos por sus impresiones (nada puede ser entendido sin una impresión) Por tanto ciencia, imaginación y conciencia están forzosamente vinculadas. La ciencia conoce el objeto, la imaginación lo valora y la conciencia lo entiende. Jaime Despree 10/8/2023 d ñ